lunes, 12 de noviembre de 2018

La rosa y el colibrí

Para Armando.

Cuenta la leyenda que existió un chamán que cada mes de octubre caminaba por el desierto en busca del gran espíritu. Para invocarlo, era necesario hacer un ritual de alta magia el día de luna llena y comer peyote. Por más esfuerzos que hizo, el ritual de luna llena no surtió efecto y el gran espíritu no se apareció. 

Al alba, el chamán tomó sus cosas y caminó y caminó por días. De mala gana, cansado y con cierta frustración, se echó a descansar bajo unas peñas. Derrepente miró una luz extraña que salía de un pequeño nicho en lo alto de una montaña cercana. 

Cuando llegó al lugar, descubrió que había una rosa, la más bella que haya visto jamás y la única que estaba viva en medio del desierto. Siendo viejo y habiendo visto tantas rosas, el chamán se aferró a poseerla a cualquier precio. Diariamente le llevaba agua, acariciaba sus delicados pétalos y revisaba que no tuviera maltratadas las hojas; pero a pesar del cuidado que tenía al tocarla, siempre terminaba con las manos lastimadas, pues las espinas del tallo eran abundantes y fuertes.

Pasó el tiempo y el espíritu de la flor se comunicó con él a través de un sueño. Estaba agradecida por todas las atenciones que había recibido, pero también apenada por los pinchazos que le había provocado. Éste le confesó lo maravillado que estaba con ella, pues jamás había visto flor tan hermosa, de tan grato aroma y presencia.

No habiendo más opción, la flor tuvo que confesar que en realidad era una princesa y su nombre era Xochiquetzal  o "bella flor". Estaba ahí desde hacía muchísimo tiempo, cuando otro chamán, celoso del amor que ella profesaba a un guerrero, en un ataque de ira y sintiéndose desdeñado, lanzó un hechizo y la convirtió en flor. Al haberse enterado de lo acontecido, el prometido de Xochiquetzal, encolerizó y mató al chamán. Las últimas palabras del viejo sirvieron para convertir al guerrero en un avecilla diminuta e inquieta: un "colibrí", quien tenía la consigna de cuidar de la flor hasta el fin de los tiempos.

Diariamente en su pico llevaba agua, por las noches dormía a su lado y se refugiaban el uno en el otro cuando había tormentas de lluvia o arena. Siempre estaban juntos, no importaba nada.

¿Pero, cómo has llegado al nicho de esta montaña?, preguntó el chamán. La rosa contestó que una noche de la luna llena, un zopilote se había postrado en el jardín del palacio real y sin preguntar, la secuestró hasta esa montaña. El colibrí, quien dormía a su lado, siguó al ave sombría y prometió cuidarla, sin importar nada. 

¿Acaso no hay sortilegio que pueda liberarte de esa prisión? preguntó nuevamente el chamán. ¡NO! ambos estamos condenados a la eternidad en forma de rosa y ave. Lo único que nos mantiene unidos es el amor que nos profesamos y que juramos ante los dioses antes de que el viejo chamán nos lanzara esta maldición.

Y así es como el chamán comprendió que jamás poseería a la rosa y que ésta siempre estaría custodiada por una hermosa, diminuta y colorida avecilla, quien velaría por ella hasta la eternidad.

Marielle Gtz.